miércoles, 30 de marzo de 2011

ALONSO BERRUGUETE, EL SACRIFICIO DE ISAAC, MADERA POLICROMADA, 1527,-32


El Renacimiento escultórico español tiene peculiaridades propias que lo hacen sumamente diferente del italiano (aunque cierta influencia de Donatello y Miguel Ángel si se aprecie en algunas obras) y que anticipan la estapa posterior, el Barroco. El núcleo artístico fundamental es Valladolid, donde trabajarán Alonso Berruguete y Juan de Juni, los artistas más destacados, el primero más influído por Donatello y el segundo por Miguel Ángel.

Gran parte de la obra de ambos autores es de temática religiosa, así como su preferencia por el empleo de la madera como materia prima de sus obras. Pero la madera no se deja tal cual se encuentra en su estado natural sino que, por medio de varios procesos artesanales, acaba finalmente policromada, lo que da a las figuras un carácter peculiar y permite una mayor dosis de expresividad.

Surge así la modalidad escultórica que llamamos imaginería: la elaboración de obras de culto (muchas veces destinadas a procesionar públicamente) y que pretenden no únicamente alcanzar la perfección artística, sino también conmover al espectador a través de diversos recursos expresivos, de forma que los mensajes de la religión cristiana y sus modelos (el propio Cristo, la Virgen, los santos, las figuras del Antiguo Testamento) provoquen en aquél un sentimiento de piedad y de autoafirmación en sus creencias religiosas.

El dolor, la sangre, el sufrimiento o la angustia serían ya elementos esenciales de la escultura española, enormemente influenciada por los valores que, en plena Contrarreforma, defendía la Iglesia Católica.


Procedente del retablo de San Benito, este grupo constituye un singular exponente de la formulación de los conceptos manieristas aplicados a la escultura con fines devocionales. La gran expresividad de las figuras, sus formas y proporciones estilizadas, y los mecanismos emocionales enfatizados por el uso de la policromía, caracterizan la producción de Alonso de Berruguete donde se combinan, de forma dramática, las más refinadas licencias de manierismo con unas actitudes patéticas, consonantes con los valores más expresivos de la tradición goticista. El San Cristóbal es su compañero.

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