miércoles, 27 de octubre de 2010

El Auriga de Delfos, Pythágoras de Rhegion, Período Severo, (480-450 a de C.)

El Periodo Severo se desarrolla a partir del S. V a.c. y ocupa la primera mitad de éste. Se caracteriza porque la escultura va liberándose progresivamente de la rigidez de la estatuaria arcaica, desarrollándose ya una serie de pautas en el concepto del movimiento y la composición que sientan las bases de lo que será la escultura griega del pleno clasicismo. Se emplean más variedad de materiales, aunque se impone la preferencia por el bronce, y hay también una mayor variedad temática.
El auriga de Delfos es una pieza original en bronce, encontrada en 1896 en el Santuario de Delfos. Es una parte de un grupo escultórico realizado a principios del S. V a.c. patrocinado por el tirano Polyzolos de Gela, que quiso con él conmemorar la victoria de su cuádriga en los Juegos Píticos del año 474 a.c., ofreciéndole el monumento a Apolo, de ahí que se encontrara cerca del templo dedicado a ese dios en Delfos. El monumento por tanto, contaba con la cuádriga, un retrato del tirano y el cochero que dirigía la cuádriga, el auriga, que es lo que se ha conservado de la pieza original, junto a algunas piezas sueltas del resto del grupo.
En cuanto a su autor, no se sabe a ciencia cierta quién fue, de hecho se han barajado varios nombres a lo largo de la historia, aunque parece que las opciones se podrían reducir básicamente a dos. La más probable es que se tratara de un broncista procedente del sur de Italia, pues Polyzolos era tirano como hemos dicho de Gela, lugar situado en Sicilia, de ahí que se acepte como autor a un broncista de la región con proyección en Grecia como fue Pythágoras de Rhegion, aunque también se habla de Sotades, un broncista de Beocia que había firmado ya un retrato de Polyzolos. De tratarse del primero sabemos que estuvo activo en la primera mitad del S. V a.c., y que se le atribuyen estatuas de atletas tanto de los Juegos Olímpicos como de los Píticos.
La pieza, como hemos dicho está hecha en bronce, aunque destacan algunos otros materiales empleados en la ornamentación de la figura para otorgarle un mayor realismo: así, los ojos de cristal, y los labios que estaban recubiertos por láminas de plata.
En cuanto al trabajo escultórico propiamente dicho ilustra perfectamente el paso que se ha dado hacia un mayor realismo y un nuevo concepto del movimiento respecto de la escultura del periodo Arcaico. El mayor realismo es patente en el trabajo del rostro y la cabeza, así como sobre todo en el tratamiento de los paños. En este sentido se advierten claramente dos partes muy diferenciadas en el trabajo del chitón, que en realidad ocupa casi toda la pieza: la mitad superior, mucho más cuidada en su trabajo, presenta una sucesión de pliegues de una gran variedad de líneas, de ángulos diversos, de bucles variados, tratados con gran minuciosidad y una cadencia elegante y dinámica, en la que alternan los ritmos verticales y horizontales.
Por el contrario, la mitad inferior está trabajada con menos detalle, porque estaría originalmente oculta por el propio carro del grupo escultórico, de ahí la sucesión de pliegues todavía rectilíneos y paralelos en vertical.
También el cabello se trabaja con cierto naturalismo, aunque aún poco volumétrico, con un peinado que se ajusta perfectamente a la forma esférica y sencilla del cráneo, y una diadema que con la misma sencillez realza su belleza. Esta esfericidad de la cabeza no es gratuita y va a ser una constante en la escultura de los siglos posteriores, identificando con ello la geometrización perfecta, la de la esfera, con la necesaria perfección del Hombre que ha de estar dirigida por la razón, es decir, por la cabeza. A todo ello habría que añadir en ese logro del realismo que alcanza el Auriga el tratmiento sobre los ojos y los labios, que se ha señalado anteriormente.
Compositivamente, el auriga sostiene las riendas con una mano y gira la cabeza hacia el lado contrario, buscando así una compensación compositiva. Se mantiene una cierta rigidez en el conjunto, si bien la cabeza mínimamente ladeada, y sobre todo el brazo, proyectado hacia adelante, rompen la simetría tradicional y el estatismo frontal de las estatuas arcaicas.
En cuanto al tratamiento expresivo sigue en ese marco de idealización y de fijación del pathos, ahora más patente si cabe al no existir conexión entre la acción real del auriga en plena carrera y la expresión que no denota sentimiento ni tensión. A pesar de ello se trata de un semblante amable, transmisor de una sensación de calma y serenidad que está ya en la línea de armonía idealizada, del pathos por tanto, que caracterizará la escultura clásica.

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