lunes, 27 de septiembre de 2010

Reconstrucción del zigurat de Ur (Tercer milenio a. c.)





Los zigurats mesopotámicos son unas de las construcciones más famosas de la Historia del Arte... aunque en la práctica no conocemos el estado original de ninguno de sus ejemplares. De las casi tres docenas de ellos que se conservan, en su mayor parte se trata de informes restos de ladrillo que no han sobrevivido al paso del tiempo y de los hombres. Sólo en algunos casos tales restos cobran algún significado, como fruto de modernas restauraciones que pretenden devolver a estos edificios parte de su esplendor originario. Sin embargo, sus características están atestiguadas por numerosos textos. Recordemos, sin ir más lejos, que la propia Biblia se hace eco de su importancia cuando nos describe brevemente una de estas construcciones en el episodio de la Torre de Babel. Así, el Génesis alude a la altura de la torre y al hecho de que estaba realizada con ladrillos cocidos al fuego.
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Sabida es la ausencia de la piedra en la arquitectura mesopotámica más antigua, cuestión fácilmente explicable por la propia escasez de este tipo de material en unos valles fluviales donde los predominante es, por el propio proceso de sedimentación de materiales, la arena y el barro. Partiendo de estas materias primas, las primeras culturas mesopotámicas (sumerios y acadios) van a emplear como elemento constructivo básico un humilde material: el ladrillo de adobe (arcilla con arena y agua, mezclado todo ello con un cierto aglutinante, como la paja), que se seca al sol o se cuece al fuego, lo que lo hace más resistente. Prácticamente todos los zigurats mesopotámicos fueron levantados con ladrillos, los que explica su deterioro.

Básicamente un zigurat no es más que una torre escalonada, realizada a base de la superposición de una serie de terrazas troncopiramidales (lo que genera muros en talud), cuya área disminuye conforme ascendemos. De una a otra terraza se accede mediante un sistema de escaleras que, en ocasiones, pueden sustituirse por rampas. Según el historiador griego Herodoto, sobre la terraza superior se disponía otra construcción que remataba el conjunto y que ha sido interpretada como un templo, aunque no se ha conservado en ninguno de los zigurats que conocemos. En realidad, todo la construcción puede considerarse como un recinto de carácter religioso, ya fuera porque se estimaba que en él residían los dioses o porque allí se efectuaban diversas ceremenias religiosas, entre ellas las ofrendas a la divinidad. La arqueología ha confirmado el proceso seguido para construirlo: habitualmente se levantaban sobre restos de edificaciones preexistentes y disponían de un núcleo interior a base de ladrillos secados al sol y revestidos exteriormente con ladrillos cocidos.

Los primeros zigurats se edificaron a comienzos de la etapa sumeria (Periodo Dinástico Arcaico), en la primera mitad del tercer milenio a.C., pero fue a fines de dicho milenio (durante el llamado Periodo Neosumerio) cuando se edificaron las más conocidas de estas torres escalonadas. Entre ellas destaca la que ordenó construir en la ciudad de Ur el rey Ur-Nammu, dedicada a la divinidad local asimilada a la Luna, la diosa Nanna o Sin. Posee planta rectangular de 62 x 43 metros y, todavía hoy, sus ruinas se levantan hasta más de 21 metros de altura. Llama la atención su sistema de escaleras en ángulo recto, con una de ellas en posición central, embocando la parte superior de la primera terraza, y otras dos laterales.

En el contexto de las diversas culturas de Mesopotamia, la invención de zigurat como espacio de carácter religioso, fuese cual fuese su finalidad última, se reveló como de una gran utilidad, ya que se siguieron construyendo en época babilónica y aún en la asiria. A fin de cuentas, se trataba de dar alojamiento a los dioses. Nada menos.


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