domingo, 17 de octubre de 2010

Máscara de Tutankamón (1337 a. C.)




"Cuando nuestra luz cayó sobre el noble monumento de cuarcita, aparecieron ante nuestros ojos los detalles de aquella solemne llamada a los dioses y a los hombres y nos pareció intuir que, en el caso del joven rey, se había dignificado hasta la muerte (...) Una vez estuvo todo preparado para levantar la tapa, di la señal para que se iniciase aquella delicada operación. En medio de un intenso silencio, la enorme losa que estaba partida en dos y pesaba más de una tonelada y cuarto, fue separada de su lecho. La luz brilló en el interior del sarcófago. Nuestros ojos vieron algo que al principio nos confundió dejándonos decepcionados. El interior estaba repleto de finas vendas de hilo. Mientras manteníamos la tapa suspendida en el aire, desenrollamos aquellas vendas, una por una, y, cuando terminamos con la última, un rumor de admiración se escapó de nuestros labios. La escena que contemplaban nuestros ojos era impresionante: Una efigie de oro del joven rey, maravillosamente realizada, ocupaba el interior del sarcófago. Era la cubierta de un maravilloso ataúd antropoide..."

CARTER,H : The tomb of Tut-ankh-Amen. Vol II (1927).

El descubrimiento de la tumba de Tutankhamón es probablemente uno de los fenómenos más espectaculares del S. XX, sobre todo porque se trataba de una tumba sin saquear y que por tanto conservaba perfectamente todo su tesoro artístico y material. La noticia tuvo una repercusión extraordinaria, pero la tuvo también la posterior desaparición de muchas personas que directa o indirectamente habían participado en el descubrimiento, dando pie a la leyenda de la “maldición de los faraones”, que se vengarían de esta manera de la profanación de sus tumbas. Sí es cierto que, todavía en pleno proceso de excavación, el primer afectado fue Lord Carnavon, a la sazón mecenas de la expedición, que picado por un mosquito e infectada la picadura por la herida que se hizo sobre ella al afeitarse, se complicó su estado con una neumonía y septicemia, que acabó con su vida cuando todavía no habían descubierto todos los secretos de la tumba. A partir de la muerte de Lord Carnarvon, comienza la leyenda de la venganza del Faraón por haber alterado su tranquilidad al profanar su tumba. Más aún, considerando que algunas voces hablaban de una inscripción egipcia que decía "La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del Faraón". Inscripción de la que nunca se supo nada cierto. Tampoco era del todo extraño este tipo de leyendas porque fueron numerosas las inscripciones similares halladas en las tumbas egipcias, que en realidad lo que pretendían era espantar a los saqueadores. El caso es que a partir de ese momento se sucedieron una serie de fallecimientos en cadena de personas ligadas al descubrimiento que dieron pábulo a la leyenda. Hasta un total de 26 se produjeron en apenas unos años a partir del descubrimiento efectuado en 1922

Pero realmente tampoco hubo nada extraordinario en aquellos fallecimientos a excepción de su coincidencia. En todo caso, el químico inglés Dr. A. Lucas sí que detectó en la tumba gérmenes producidos por el moho acumulado después de tres mil años de hallarse cerrada. Pero fuera o no fuera esa la causa de algunas de las muertes, tampoco afectó a todos los que intervinieron, ni a los fellahs egipcios que ayudaron en los procesos de excavación, ni al mismo descubridor de la tumba, Howard Carter, que no falleció hasta muchos años después del descubrimiento. Él mismo, cuando volvían a plantearle la cuestión de la maldición de los faraones, decía: "Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas".

En si misma, y comparada con otras del Valle de los Reyes, la tumba de Tutankamon (faraón de la XVIII Dinastía, siglo XIV a de C. que murió en extrañas circunstancias antes de cumplir los veinte años) es bastante insignificante, pero su importancia radica en haber sido la primera hallada intacta: consta de una escalera descendente que conduce a un pasillo en rampa al final del cual se disponen cuatro estancias: la antecámara, la propia cámara funeraria, la cámara del tesoro y un anexo. En total, unos 110 metros cuadrados (algo así como la suferficie de un piso medio de la actualidad) y que sólo presenta decoración pictórica en una de las salas, en la que estaba depositado el cadáver del faraón. Casi nada, en realidad, comparado con las grandes dimensiones de otras tumbas reales cercanas. Nada, si pensamos en las colosales pirámides, tumbas al fin y al cabo. Pero sin embargo ésta de Tutankamon ha sido la única tumba real egipcia cuyo ajuar nos ha llegado prácticamente completo, ofreciéndonos un amplísimo muestrario de lo que eran el arte y la artesanía del Egipto antiguo. Desde esculturas hasta carros, desde muebles hasta vasijas; joyas, objetos de uso cotidiano, esculturas, tejidos, armas, capillas funerarias, etc, sin que nos olvidemos de los sarcófagos empleados para el enterramiento del faraón y, claro está, de su propia momia. Todo además con el fulgor del oro abundante. Más de 110 kilos de este metal pesaba el último de los cuatro sarcófagos, adornado también con abundantes piedras semipreciosas.

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